martes, 23 de junio de 2009

17:43

*Aclaración: este texto lo escribí hace como un año, si bien a mi me parece decente, siento que mis textos más recientes muestran más fluidez en cuanto a su lectura, si bien no son historias, son más como sentimientos en prosa poética.
Iré subiendo en estos días nuevos viejos textos. :)






Le di una última pitada al cigarro, o mejor dicho al filtro, y esto me recordó una vez más del Rulo. Tiré la colilla a la acera llena de fantasmas, donde luchó por mantenerse prendida durante unos instantes, luego se apagó con un quejido mudo. Ese día de ruska estaba yo muy pensativa: bajo mi sobretodo negro, mi corazón palpitaba en mil direcciones. Sentía una ligera opresión en la garganta, como si una corbata –la horca del hombre común- estuviese anudada demasiado fuerte sobre mi cuello. Hermosa Buenos Aires, esos días de frío y lluvia, de besos furtivos y cafés con amigos en el Gato Negro. Ensimismada, casi se diría que flotaba ese día sobre las calles de Recoleta. No lo vi venir ni por un instante. No vi sus faroles, ni la cara entre morbo, curiosidad y pena de los transeúntes. Sentí calor, y dolor, indescriptible dolor. El mundo se iluminó, de repente, como en un flash, y el miedo más profundo embargo mi ser. ¡Pero si la última vez que me fui de floripondio fue hace dos meses! –pensé. De repente, lo vi desde arriba, como si pudiese volar: un cuerpo casi inerte en la esquina de Marcelo T. Alvear; su labio inferior temblando, la sangre manando de su oído, y un hilo plateado que iba de ella a mí: ¿Cuál sería la conexión entre aquella extraña y yo? Y que ironía, pensé yo, que morir, el acto más íntimo, suceda para esa mujer en el medio de todos aquellos estudiantes que seguro ni conocía. Me acerqué un poco, para comprobar, con horror, que su cara era como la mía, que sus ojos eran cafés y que sus uñas estaban mordisqueadas, sus cutículas arrancadas de cuajo. La miré, me miró ¿o me miré? y sus ojos giraron a la izquierda. Allí estaba aquel chico que siempre me gustó y a quién nunca se lo dije, la profesora que siempre odié pero a quién nunca confronté; allí estaban Francisco, Paula y Julieta. Se acercaron a mi, le decían a ella ¿o a mí? “Resistí, hermosa, que esto no es el final, no te vayas, que ya llegan los paramédicos, escuchanos, no te vayas, no te vayas, nena, no te vayas”.
El hilo de plata que nos unía por las narices se empezaba a desvanecer. La nariz, el camino del alma. ¿Era yo mi alma en ese momento? ¿Un ectoplasma, una ilusión, un invento, que era yo, que era ella, flotando sobre un cuerpo que se llamaba como el mío? Sonaban en la brumosa distancia las sirenas de la ambulancia y tomé la determinación de no morir ese día. No fue fácil, no fue nada fácil. Tuve que pelear con ella. El cuerpo estaba cansado, y hacía todo lo posible por soltar el hilo de plata, y dejarme volar. Yo luchaba con todas mis fuerzas, metía toda mi alma (¿o qué, si no?) y mi esencia en que eso no sucediese, ¡Quiero vivir! ¡No, no, y no! Luego de lo que pareció una eternidad, llegaron los paramédicos y subieron mi morfología ya casi desvanecida a la ambulancia, me apresuré tras ella, no sea cosa de que la puerta metálica corte el filamento por cuya entereza tanto batallaba. Ya llegábamos. Ya llegábamos. Todo el cuerpo empezó a moverse descontroladamente “¡Tiene convulsiones de gran mal!” Entré –u entró- en paro cardíaco. Sacaron las paletas 250 voltios. Nada. 300. Nada. Otra vez, nada. Yo miraba con impotencia, gritaba, abofeteaba a mi cuerpecito inerte, NO LO HAGAS, NO LO HAGAS PUTA, FURCIA, NO ME SAQUES LA VIDA, NO LO HAGAS. Masaje cardíaco. Infusión se sangre. Carguen de nuevo. 360. Nada. No lo pude evitar. El hilo se cortó. Mi cuerpo dijo, en un susurro: gracias. Yo lloraba mientras veía a los chicos de mi vida, a mi familia, a mis amigos, sin saber nada de nada. Estaba sola. Estaba con cinco médicos a las 17:43, pero cuando morí, estuve sola. El ruido se apagó. La calle ya no tenía sonidos. La lluvia caía copiosamente, en un repiqueteo mudo, a través de la ventana. Los médicos bramaban órdenes, sin que un solo sonido fuese emitido por ellos. Y entonces, dejé de luchar. El tiempo se detuvo mientras yo me tomaba un instante para a besar a mis padres, a mi hermano, a mi mascota, a mis amigos. Tomé la mano que me tendía el cielo, dije mi último adiós, y me fui.
Hora de la muerte: 17:43

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