viernes, 27 de febrero de 2009

nuevo amanecer

Recorría, vacía, las camas ajenas, con despecho, con la saliva espesa, con ganas de marchar. Frecuentaba en el velo del ocaso bocas amargas, lejanas, fortuitas, a la vera del amor, que no llegaba. Corrían en ese entonces los últimos días de un verano agitado, sudado, de olvido en el abrigo de pechos de respiración entrecortada. Kika, llamémosla así, era una de esas mujeres, anacrónicas, de coraza dura, y corazón batiente, que no se dormía en los laureles de sus años de soledad, y remaba, todavía, en contra de la corriente. Con sus pestañas de camello y sus pupilas asesinas, contaba los hombres, los días y esperaba impaciente. De día, corría hacia la luz del sol, y el amor de su vida, que con sonrisa lobuna le decía "espera más, niña, espera más". De noche, ante la ausencia de amor, ella se arrancaba las venas y exhalaba veneno, en habitaciones oscuras, de hombres desconocidos. Buscaba algo, algo para olvidar. Y encontró su cuerpo, y la anestesia, y los juntó, y se olvidó, y se durmió.
Al despertarse, se excusaba rápido y partía. Y volvía a ver al lobo. De a poco, fue creando dientes, y garras, y palabras, y se batió a muerte con el rencor. Con una flor de amatista logró invocar a la primavera y sobre su lecho cayeron rosas. Y el rencor las marchitó. Ella busco un escudo para salvarse de la amargura, y encontró solo gritos sordos, guardados en un cajón. Para salvarse, corrió, y en el brío de una noche casual recuperó fuerzas, y perdió otra pieza de su eterno rompecabezas. Las ruedas de su mente giraban y la forzaban, abriéndole los brazos, tironeándole las piernas. Y comenzó a llover. El vano manto de hedonismo, que había defendido a costa de muchas cicatrices, aquel propósito, no tenía propósito cuando de él se trataba. Muy a su pesar, el corazón dictó la muerte de ella, con redoblantes y piruetas. Y ella se encarmó en un trapecio y voló, sobre el mar y las sirenas, evadiendo aquellas piernas, hasta encontrarse, por fin, con tu ser y se elevaron, juntos hacia un nuevo amanecer.

lunes, 16 de febrero de 2009

sueño

Donde me besaste, hay dolor. Donde me besaste, hay heridas a las cual el tiempo le hace limón: no solo no cierran, se ciernen siniestras sobre mi, me recuerdan que te deseo, me arden y se clavan como puñales del recuerdo de la pasión que dejé-o dejaste-ir. Duele tanto pensar, no querés, me quedo sola en la punta de la cama y tu presencia cual fantasma arrima sobre la ventana.
Hoy soy tu sucia amante, una vez, dos veces, en el cuello, en la boca, no en tu cama, no en la mía. Me congelo en tu mirada, te mofas de mi. No es justo, no, no, no, no. ¡Te odio, te deseo, te quiero, te detesto, necesito más de tu ser! Mi alma pide a gritos un instante de sudor, jadeo, y encuentro. Ja, ja, ja, resuena tu voz en mi cabeza, recordándome que tu piel me es esquiva.
Y hoy me reduzco cada día más, a una pasa de uva, que va a explotar, que va a llenar las paredes, el piso, mi alma y la tuya de vergüenza y rencor. Sus manos, que se llaman como las tuyas, solo traen congoja-ellas creen que es alivio-. Me estremezco, giro, y sueño, sueño: para abstraerme de la miseria en la que me pusiste: sueño.



Sueño pero no me descansa.
Sueño pero arde aún más.
Sueño pero es confuso.
Sueño pero sé que es iluso.
Sueño pero no.
no.
Sueño ¡y espero! pero sigue siendo un sueño.
Sueño pero sé que vos, y yo, en la pileta, no va a suceder.
Sueño pero sé que el trampolín es irreal.
Sueño pero no.
No hay un nosotros luego del sueño.
No hay manos luego del sueño.
No hay un nosotros más allá del sueño.
No hay nada
Nada
Nada
Más que vacío

Y una vaga ilusión.

te amo

Y allí estábamos, dos ángeles luchando contra el cansancio del segundo round. Ahora, las manos que se aferraron a mí con fuerza –o tal vez desesperación-, recorrían mi silueta con calma. Total, ahora, vos y yo enfrentados, ¿que más importaba? si el tiempo era relativo a todo, o tal vez a nada. Que linda me pareció tu sonrisa –que reflejaba la mía- del otro lado del sommier. Que lindos consideré tus ojos, clavados en los míos con un dejo de ternura. Que lindo el mundo, que linda la vida, ¡que alegría vivir! Roté con inocencia –si es que me quedaba alguna- y me sumergí en tu abrazo. Jugaste con mi pelo, y la satisfacción mas indescriptible del mundo llenó mi corazón; roté de nuevo, acerqué mis labios a los tuyos. El beso fue suave, fue pausado, nuestras bocas en perfecta sintonía, danzando al son de una canción que creo no conocimos hasta ese momento; de perfección, tal vez, o al menos así lo juzgué yo mientras tus yemas iban de mi mejilla al mentón y despegabas tu hermosa boquita de la mía. No puedo seguir así, no puedo, no puedo. ¿Qué me importa? Tengo miedo, que dirás, ay, soy una idiota, es tan complejo, por qué es tan complejo, y ahora se me forma un nudo en el estomago y lo suelto: Te amo. Ay dios, que hice. Que hice, que hice, que hice. Mi cara delata mi vergüenza, mi miedo, porque ahora ¡te estás riendo de mí! Y yo quiero que me trague la tierra, todo lo que quiero es escaparme de tu habitación, podría mi cara prender un habano a un palmo de distancia, podría, completamente podría, y yo, mientras me pregunto que hago, como me escapo, como me retraigo, como irme, me contestás, pausadamente y con tonalidad de miel: Yo también.

orgasmoH

Esta noche, cariño, has sacado al animal en mí. Esta noche, niño, has sacado una bestia, has visto el lado más pasional de mi ser. Desde aquel beso tan carnal contra la pared, mis manos aferrándose a tu pelo con ganas, hasta mis gemidos resonando en la habitación del hotel, mis labios murmurando tu nombre con ímpetu sobre tus exquisitas orejas, fue todo un fantástico show, de pirotecnia, de fuego… ¡de puro fuego, nene!. Y ¡oh! tus yemas en mi boca, llenándose de calor, del hálito de mi respiración, mientras yo me colmaba, sonreía, exhalaba y volvía a empezar con la más básica felicidad impresa en mis ojos. Tu risa, sobre mi blanco cuello, me llenó de vigor. Te cambié en ese instante. Te agarré. Te forjé, sobre la cama. ¿Una vez, dos veces o fueron mil? Evocaste en mí sensaciones, colores e imágenes de lugares a los que nunca fui; y entonces mis gritos resonaban ya en tus oídos, en el cuarto, en el telo, en la Ciudad, en el Universo, con tanta fuerza… yo me agitaba y ya estaba por venir, cuando te decidiste a retrasarme; esta vez fue tu turno: me tomaste, me pusiste contra la cama, apuraste, me mordiste, arañé; afuera arreciaba la tormenta y el mundo se detuvo por un instante mientras me penetrabas con tanta fuerza y yo gritaba, gritaba de placer, te insultaba a todo pulmón: pusiste tu mano sobre mi boca: “Callate nenaaaaa”, ¡y gritaste vos también! Y grité mas fuerte, con vos, porque me llevabas al cielo con tu ser, y la sensación me sobrepasaba; el placer no conocía las barreras de mis cuerdas y las batió con brío, entonces vos aullaste en mi oído, fuerte, fuerte, FUERTÍSIMO! y temblaste, te desmoronaste sobre mí, besaste mi hombro desnudo y caíste, caímos los dos, muertos en la batalla del placer –nos venció, dulce-. Sonreíste, y me mimaste una vez más. Vamos otra vez.

el sarcófago

El sarcófago.


para mi abuelo Leonardo, fallecido el pasado 17 de octubre. te amo con toda mi alma y mis pensamientos estan con vos, donde sea que estés.


Entrar a la habitación donde esperabas calmada y apaciblemente la muerte me heló el corazón, me anudó la garganta y me anegó los ojos. Ver tu carcaza inerte, vacía, tu mirada cerrada, tu esquelética agonía de lento acabar… todo era como ver una maza de escarchado furor arremeter con brío contra mi pecho. Me arrodillé junto a tu lecho, cual devota en vasto y lóbrego santuario y con ceremoniosidad te tomé ambas las manos. Manos que morían con cada latir, manos que no tomaron las mías. Te miré con una sonrisa velada y te hablé sin saber si alguna vez me oíste. Te dije que te amaba, que siempre lo hice. Que fuiste el ejemplo mejor, que nunca iba a olvidarte, que te llevaba en cada latir. La oscuridad y tu acompasada respiración me oprimieron, y con los ojos húmedos y el corazón embargado de tristeza, te besé en la frente, mi abuelito amado, y me despedí de vos. Hasta pronto, en el edén nos volveremos a ver.

días de sol

En aquel mundo de papel, de existencia incierta, creado para ser un abismo incomprensible, sólo estabamos vos y yo. Solas, pero unidas, extasiadas, sonrientes, deleitando nuestros santos sentidos con el roce apagado de la arena y el latido manso del mar, allí, contando los días. Las horas que habíamos pasado en aquel reino de cristal y turmalina se desvanecían con facilidad bajo el mando del Rey Sol, y repuntando nuestra vista con hierbas de amistad logramos retenernos un poco más, allí, en esa playa colmada de gente, en la que sólo había dos personas que podían realmente comprenderse. El monociclista, un par de horas antes nos había dado el visto bueno, y sobre nuestras lenguas enormes, depositó el boleto, el pase, la llave del Mundo de las Ideas. Al comienzo, la espera, el tren, la vista nublada, la transición entre dos mundos, imperceptible, adorable. De repente, como un rayo que alumbra el averno y deja ver la salida hacia el edén, nos encontramos, inmersas, entregadas, acompañadas. Apuramos la dentadura y tragamos, y de la mano, entramos a un mundo más nuevo cada vez. Al notarnos así, explotamos y semi desnudas, nos entregamos al oleaje benévolo del mar infinito. Poco importaba todo. Éramos, a nuestros ojos, dos diosas inmortales con la sola necesidad de conocer y vivir el minuto, y el que seguía, y el que seguía. Tu cara de virginidad arrebatada, cuando veíamos las nubes, fue quizás el momento más hermoso que he vivido contigo. Las musas, desde lo alto, nos sonreían, mientras nos congelábamos en la hermosura de ver, por primera vez, otro amanecer, en los ojos soberanos de aquel hombre, aquel compañero, que creía y no lograba, entender, ser parte. Sólo estabamos vos y yo. Observando un pardo amanecer entre las dunas, mojándonos los pies. El Sol compañero merecía más y decidimos ascender a la polis en busca de mejores ofrendas. Lo más banal, lo más clásico, lo tradicional, era para nosotras el nuevo clásico, la nueva tradición, y vivimos aquellas doce horas de trancision con ojos de recién nacidas, que paladean el aire y le encuentran un dulce sabor. Llegamos a la residencia de diosas dormidas, y con sigilo buscamos la amarga bebida y el poderoso instrumento, y marchamos como llegamos, como sombras, que buscan fundirse con la luz del sol. Al regresar al santuario, aquellas playas de pasmosa belleza, bebimos y tocamos en honor de la vida, y de aquel Reino, del que nunca hubieramos salido por nuestra propia cuenta. Caminamos y fumamos y cuando finalmente volvieron a nosotras los rasgos de humanidad, retornamos a la residencia, y creamos el más maravilloso almuerzo, que disfrutamos con avidez. La playa y el mar se hacían cada vez más lejanos, y nos dimos cuenta de que estabamos perdiendo parte de nosotras, en ese Reino, que veíamos alejarse, con los ojos humedecidos y las alas abatidas. Mientras un gancho poderoso e invisible nos arrebataba, con innecesaria crueldad, de aquel maravilloso mundo, nos juramos con una firmeza desconocida, que sin importar qué, aquel Reino hermoso no desaparecería nunca, que volveríamos y que nunca, nunca, jamás, olvidaríamos nuestra estadía en el Mundo de las ideas.

yegua

Tal vez nunca dejemos de entrar en la vida del otro. Ayer eras aquel triste vástago, naufrago sin remedio en el mar de mis pupilas, y hoy me ahogo rezumando desazón a la deriva. El abismo insondable que nos separa desde siempre es un hachazo de roncos desamores en aquellos, nuestros vencidos corazones, es aquel vacío eterno que te aleja esta mañana, y es también aquel el cual yo no pude atravesar anoche. Quiero amanecer con besos en tu boca, quiero comernos la boca y desangrarnos de amor y al mismo tiempo sigo siendo aquella yegua, esa loca linda que se resiste al bozal y que descose riendas. Y vos, amor, siempre quisiste llevarme a tu corral. Cuando harta de revolcarme y desvanecerme en brazos ajenos fue la hora de irme a casa, la puerta se cerró en mis narices, y humedecida de impotencia te vi girar al otro lado de la cama, sin una caricia, sin un beso, atravesado acaso de indiferencia. Tus palabras en atisbo de explicaciones no sembraron más que incertidumbre y abatimiento en mi ya magullado corazón, y, con la cabeza gacha, me alejé del corral, y volví a andar sola pero orgullosa, por el suelo.