lunes, 21 de diciembre de 2009

mil visitas

eeee bhamo los pibes :)


jajaj
tenía que poner un update zonzo alguna vez...

viernes, 18 de diciembre de 2009

me escapé de la cama

con lo bien que estaba con tus brazos de canela en rama..

martes, 8 de diciembre de 2009

último tango

Nos acercamos lentamente, aniquilándonos con la mirada. Cada paso más cerca, y ahora tu mano, tu mano que rodea mi núbil cintura y yo te agarro, fuerte (tanto odio), del hombro, acércate, lejos mío. Suena ya el sonido del pivot, y nos arremolinamos en el centro del mandala. Por qué te vas. Por qué no. Los párpados cayendo, el olor del cedro en mi pecho, que ahora se presiona con el tuyo mientras me conducís con brío hacia el punto sin retorno, el crepúsculo de tus labios. Por qué te vas. Ni yo lo sé. ¿Me amás? Si el amor es correr hacia el destino, si el amor es la lluvia, y tus besos, y el no saber, sí, te amo. Nunca una respuesta sencilla. La vida no lo es. Tus brazos se abrieron, te rodée con mi cuerpo (ojos de felina embaucada) y en ese momento, la calma furiosa, el clamor mudo de mi tempestad. Quedate conmigo. Vení conmigo. Y de nuevo hacia tu seno, a tu calor y a la distancia ardiente, vino tinto corriendo, taurino, por mis venas. No sos vos, soy yo. Enganche frenético. Qué hijo de puta. No me mires así. Yo necesito mutar, y vos decidís quedarte. Yo no me quedo, vos me dejás atrás, que es muy distinto. Distinto, el amor, qué distinto. Distinto, e igual al peso del mundo, igual al dolor de tu boca sabor canela besándome suavemente en el cuello. Te quiero. No te vayas. Y de nuevo a rodearte, y a salir y una vez más me traés hacia vos. Este tango, miel, es como nosotros. Es el desamor del mundo y el amor de tus palabras, la paz pasional de tu ser. No puedo vivir sin vos. Tendrás que aprender. El sonido del violín rasgo el aire viciado de penas y olvido y nuestro último tango quedó atrás. Me besaste la mano, tus labios deteniéndose un instante en mis nudillos, el corazón que latía sin latir. Con el corazón en un puño, te ví descender por el caminito de tierra y olvido, hacia dónde no lo sé, y sola, en aquella milonga que ahora era de fantasmas, bailé conmigo misma, aprendiendo a amarme sin tu reflejo, a vivir sin tus palabras, aprendiendo, por fin, a vivir sola.

el momento de estar juntos

Aminoro el paso a medida que llego, no sea cosa de que el tiempo se delinee en una espiral perversa, curvilínea y esquiva, y nos volvamos a desencontrar. Camino e inhalo profundo para apaciguar la cadencia de mis jadeos, pero una vez más mi corazón se acelera, y sin importar cuánto oxígeno bombee a mi perturbada cabeza, siempre me llega, imponente e inevitable, el mareo. Desacelero aún más el ritmo de mis pasos y me detengo –por premeditada casualidad- en el pórtico de tu alma. Anudo mis pies, no sea cosa que me de por huir en el momento más inoportuno, y miró a través del cristal unos instantes, la vigilia, las ansias y la espera en mi mirada. Miro la hora presa de mi muñeca (¿o mi muñeca presa de la hora?) y con la mirada gacha vuelvo a caminar. Tal vez, un día de estos la casualidad, el destino y mi reloj le peguen en el centro a la diana de tus ojos color pradera, y finalmente, sea el momento de estar juntos otra vez.

domingo, 5 de julio de 2009

el andén

El perfume roto de hojas secas quemaba mi nariz ese atardecer en el que después de tantos años, nos volvimos a encontrar. Me estaba escapando, ya no sabía de qué, ni por qué, ni cuándo, ni cómo. Tantos años de correr en círculo y quebrar el aire con mi voz me habían cansado, y ya no recordaba cómo aferrarme de la cornisa con dedos atrofiados, para no despeñarme. Ya no podía más erguirme sola.
Desde pequeña había caminado por el mundo con la certidumbre de que la vida era mía y sólo mía, y de que sólo podía forjarla a través de la mirada prístina y desafiante de mis ojos color ámbar y de la tensión de mis músculos al empujar contra el suelo, y patear para adelante. En esos los años de remolino me llevé el mundo puesto, me caí muchas veces. Y cada vez que me levantaba, echaba un poco de tequila en mis rodillas y volvía a ser yo. Pero tanto alcohol, tantas vendas y tanto tiempo no lograron sanar las magulladuras de tu amor arremolinado.
A lo largo de nuestros septiembres nos cruzamos, nos amamos, y nos desencontramos. Y esos desencuentros hirientes fueron siempre culpa mía, de la efervescencia de mis venas, que vio todo lo que necesitaba delante suyo, y por miedo, por inexperiencia o por simple estupidez lo dejó partir. Ahora con las arrugas del entendimiento y del fuego cruzadas en mi corazón, entendí por qué nunca, después de tantos amores y desamores, de tanto ir y volver, dejé de pensar en ti un solo día. También fue por eso que cuando nos cruzamos en ese andén desvencijado y anacrónico en el oeste, cuando te vi, tanto tiempo después, las palabras fueron vanas, y no pronuncié ninguna: te miré, me miraste, nos reencontramos, y supimos todo. Nos besamos, embarcándonos en un torbellino de sensaciones, en una nueva efervescencia, la del sabernos juntos, finalmente, y cuando años después despegamos nuestros labios, nos entrelazamos las manos, nos subimos al tren y viajamos hacia el poniente.





no es tan copado pero bueno.

jueves, 25 de junio de 2009

Hoy se respira viento sur

foto mía, letra de lisandro aristimuño




Hoy se respira viento sur
ese que nace del frío
horno de barro calienta el sol
de los lugares perdidos.

Vuelve la calma de tu voz
con la corriente del río
manto de cielo sobre el tendal
teje tu nombre y el mío.

Campo de colores se cubre en tu luz
deja la lluvia caer,
riega los suelos del sur
moja la nueva cosecha que vendrá.

Tu cuerpo calma mi dolor
y se dibuja el camino
manto de cielo sobre el tendal
teje tu nombre y el mío.

Hoy se respira viento sur
ese que nace del frío,
horno de barro calienta el sol
de los lugares perdidos.







martes, 23 de junio de 2009

17:43

*Aclaración: este texto lo escribí hace como un año, si bien a mi me parece decente, siento que mis textos más recientes muestran más fluidez en cuanto a su lectura, si bien no son historias, son más como sentimientos en prosa poética.
Iré subiendo en estos días nuevos viejos textos. :)






Le di una última pitada al cigarro, o mejor dicho al filtro, y esto me recordó una vez más del Rulo. Tiré la colilla a la acera llena de fantasmas, donde luchó por mantenerse prendida durante unos instantes, luego se apagó con un quejido mudo. Ese día de ruska estaba yo muy pensativa: bajo mi sobretodo negro, mi corazón palpitaba en mil direcciones. Sentía una ligera opresión en la garganta, como si una corbata –la horca del hombre común- estuviese anudada demasiado fuerte sobre mi cuello. Hermosa Buenos Aires, esos días de frío y lluvia, de besos furtivos y cafés con amigos en el Gato Negro. Ensimismada, casi se diría que flotaba ese día sobre las calles de Recoleta. No lo vi venir ni por un instante. No vi sus faroles, ni la cara entre morbo, curiosidad y pena de los transeúntes. Sentí calor, y dolor, indescriptible dolor. El mundo se iluminó, de repente, como en un flash, y el miedo más profundo embargo mi ser. ¡Pero si la última vez que me fui de floripondio fue hace dos meses! –pensé. De repente, lo vi desde arriba, como si pudiese volar: un cuerpo casi inerte en la esquina de Marcelo T. Alvear; su labio inferior temblando, la sangre manando de su oído, y un hilo plateado que iba de ella a mí: ¿Cuál sería la conexión entre aquella extraña y yo? Y que ironía, pensé yo, que morir, el acto más íntimo, suceda para esa mujer en el medio de todos aquellos estudiantes que seguro ni conocía. Me acerqué un poco, para comprobar, con horror, que su cara era como la mía, que sus ojos eran cafés y que sus uñas estaban mordisqueadas, sus cutículas arrancadas de cuajo. La miré, me miró ¿o me miré? y sus ojos giraron a la izquierda. Allí estaba aquel chico que siempre me gustó y a quién nunca se lo dije, la profesora que siempre odié pero a quién nunca confronté; allí estaban Francisco, Paula y Julieta. Se acercaron a mi, le decían a ella ¿o a mí? “Resistí, hermosa, que esto no es el final, no te vayas, que ya llegan los paramédicos, escuchanos, no te vayas, no te vayas, nena, no te vayas”.
El hilo de plata que nos unía por las narices se empezaba a desvanecer. La nariz, el camino del alma. ¿Era yo mi alma en ese momento? ¿Un ectoplasma, una ilusión, un invento, que era yo, que era ella, flotando sobre un cuerpo que se llamaba como el mío? Sonaban en la brumosa distancia las sirenas de la ambulancia y tomé la determinación de no morir ese día. No fue fácil, no fue nada fácil. Tuve que pelear con ella. El cuerpo estaba cansado, y hacía todo lo posible por soltar el hilo de plata, y dejarme volar. Yo luchaba con todas mis fuerzas, metía toda mi alma (¿o qué, si no?) y mi esencia en que eso no sucediese, ¡Quiero vivir! ¡No, no, y no! Luego de lo que pareció una eternidad, llegaron los paramédicos y subieron mi morfología ya casi desvanecida a la ambulancia, me apresuré tras ella, no sea cosa de que la puerta metálica corte el filamento por cuya entereza tanto batallaba. Ya llegábamos. Ya llegábamos. Todo el cuerpo empezó a moverse descontroladamente “¡Tiene convulsiones de gran mal!” Entré –u entró- en paro cardíaco. Sacaron las paletas 250 voltios. Nada. 300. Nada. Otra vez, nada. Yo miraba con impotencia, gritaba, abofeteaba a mi cuerpecito inerte, NO LO HAGAS, NO LO HAGAS PUTA, FURCIA, NO ME SAQUES LA VIDA, NO LO HAGAS. Masaje cardíaco. Infusión se sangre. Carguen de nuevo. 360. Nada. No lo pude evitar. El hilo se cortó. Mi cuerpo dijo, en un susurro: gracias. Yo lloraba mientras veía a los chicos de mi vida, a mi familia, a mis amigos, sin saber nada de nada. Estaba sola. Estaba con cinco médicos a las 17:43, pero cuando morí, estuve sola. El ruido se apagó. La calle ya no tenía sonidos. La lluvia caía copiosamente, en un repiqueteo mudo, a través de la ventana. Los médicos bramaban órdenes, sin que un solo sonido fuese emitido por ellos. Y entonces, dejé de luchar. El tiempo se detuvo mientras yo me tomaba un instante para a besar a mis padres, a mi hermano, a mi mascota, a mis amigos. Tomé la mano que me tendía el cielo, dije mi último adiós, y me fui.
Hora de la muerte: 17:43

domingo, 21 de junio de 2009

el futuro llegó hace rato

todo un palo, ya lo ve

un lago en el cielo

sos el paisaje más soñado,
y sacudiste las más solidas tristezas...
y respondiste cada vez que te he llamado

vamos despacio
para encontrarnos
el tiempo es arena en mis manos

un lago en el cielo es mi regalo
para olvidar lo que hiciste
y sentir algo que nunca sentiste....


sábado, 20 de junio de 2009

la sierra del demonio




cuenta la leyenda que bajo la sierra donde fue sacada la foto habita el mismisimo demonio.
si uno pide un deseo, el diablo lo tergiversa hasta que duela

martes, 16 de junio de 2009

domingo, 14 de junio de 2009



Sin piedad dejás atrás
un séquito de vana idolatría.
Sos tan espectacular
que no podés ser mía nada más.
Tenías que ser de todos.

La piel, los labios
donde roza la bambula
serán mi prado, mi vergel.

Ya sé
el camino a la fama no significa nada
si no hay una misión.
¿Cuál es?
Hacerte muy putita, probar tu galletita
con toda devoción.

Ya sé, ya sé
cuál es... ya sé.

Derramás esa impresión de ser
la acción que encarna la ternura.
A tu alrededor no hay humildad,
la Venus es caricatura.
Tenías que ser de todos.

La piel, los labios
donde roza la bambula
serán mi prado, mi vergel.

Ya sé
el camino a la fama no significa nada
si no hay una misión.
¿Cuál es?
Hacerte muy putita, probar tu galletita
con toda devoción.

Ya sé, ya sé
cuál es... ya sé

Ya sé, ya sé
cuál es... ya sé

Ya sé, ya sé
cuál es...

Putita - Babasónicos

viernes, 12 de junio de 2009

kohinoor efimerai

Discúlpame si me equivoco cariño, no es sólo un tonto intento de escapar de ti, no es comerme la ultima migaja de pan: es todo aquello que no entiendes, porque cuando ves el cielo no ves que detrás de la luz hay oscuridad, que todo fin tiene principio, que eres tan frugal como aquella mariposa que está posada sobre la cerca o mejor dicho que estaba posada allí, pues ha salido volando ahora hacia la muerte. No pongas esa cara, dulzura, que tú y yo corremos en sendos túneles hacia ella. ¿No ves que me has hecho –no sin ninguna razón- correr en círculos?... ¡a veces eres tan cruel, azúcar morena! De todos modos, ya no exclamas victoria como antes: ahora eres taza, pura taza ya que mientras giro y giro y giro y giro nada menos que como soquete en lavarropas tu empiezas a darte cuenta, lentamente y con horror de que las vueltas que dará la tierra son contadas para ti… ¡No llores, cielo, no es para tanto! Aquel libro grande y encuadernado en piel de carnero dice que vivirás por siempre. Deberías entender, después de aquella cuenta telefónica que hizo que tengas que vender el maletín de cuero que tanto amabas, que dos más dos no siempre son cuatro, y que… ¡Basta, cesa ya de gritar, despertarás al niño sin ojos! En fin, a veces crees ingenuamente que tú y yo somos cuatro. A veces crees –y caes en ese momento en la trampa del hurón- que los poemas solo pueden ser rimados y que la prosa es algo con menos sentido que aquella tarjeta de crédito que tienes en la mano. Creíste todo este tiempo que tú y yo éramos blanco, uno más puro que la luz que hace que respiremos tan tortuosamente. Deberías entender a esta altura que nosotros no somos blanco; somos, vida mía, del color mas impuro que se puede ser, estamos hechos del color de la efimerísima mortalidad.

domingo, 31 de mayo de 2009

de la lluvia, el amor y tu boca

Tu gris ausencia, el patíbulo funesto de mis caderas. Y aquella, la lluvia que repiquetea y repiquetea y agujerea mi alma mientras vos tomás tu taza de café, caliente, y frío, y cerca, y lejos. Ne penser pas. Non. Non plus. Y te miro, y te toco furtiva con los ojos, y el dolor casual de la distancia se ve nítido en las volutas del humo de tu cigarro. Y entonces el vaho amargo de tabaco, sudor, lluvia y humillación llena mis pulmones, y sale, y entra, y respiro, y me quema. Fluxus, eso. Fluye: fluye mi lengua, como un río en tu boca de canela, colisionando, dándome brío, mañana y ayer y ahora, frente al teclado, en tus abrazos robados y también esa mañana cuando me levanté, apabullada, entre gritos de soledad. ¿Empezamos? ¿Qué empezamos? ¿Terminamos? Pero salí de acá, picana, y antes decime: ¿Qué somos vos y yo, y ese avión que baja, contra el cielo rosáceo del amanecer? El amanecer… Sin vos, el amanecer no es poesía, no es música. La mañana sin tus besos es el producto de un exceso, es el desenfrene de Chopin, del clamor de la marea que nos lleva y nos trae. Y en ese momento, bajo, y pongo un disco de Drexler, y con una tranquilidad superficial me digo que está bien. Estoy bien. Y cuento los días, y las horas y entonces mi reloj acelera y da vueltas COMO LOCO. Ya no entiende de veranos, no entiende de colores, no entiende de amores y no entiende cómo, cómo, tu sonrisa lobuna es un veneno delicioso, y caro, tan caro… Me inquieto en el lecho, y me doy vueltas y el calor que había se fue. Y queda tu silueta, delineada en las sábanas, como un fantasma, como una grietita muda y pronunciada, acá, en mi corazón. Pero no voy a ceder. Voy a colocarme una vez más la coraza, voy a pintarme la sonrisa color esmeralda, y con un lifting voy sacarme las arrugas de preocupación. Y ahí voy a ir, y te acerco tu taza de café, y no me besas, y en cada movimiento leve cierro los ojos y espero, espero ese abrazo que todo lo vale, y te miro, mientras miras, aquellas, las fotos de tu pasado que te acecha siempre. ¿Dónde estás? ¿En que abismo profundo te perdí? La perdida... el dolor... y también, aquel rayito de esperanza, cuando sentados en el sofá y con el sensual jazz que derrite mi incertidumbre, recuesto mi cabeza sobre tus hombros, y me preguntás -como siempre- ¿qué pasa? ¿qué pasa? ¿qué pasa?’Y yo, como siempre te respondo ´´nada´´ y nos fundimos en el edén, y yo fluyo, y vos fluís en mí y te hacés paso, y te ahondás en mi corazón y sucede el milagro: en mis venas, corre libre y glorioso, el espiritu de la alegría. Y nos acostamos, y me duermo, y de nuevo al ruedo, de nuevo a luchar contra mis demonios y los tuyos, batallando hasta el final tu amor, y a veces –como hoy- perdiendo, un poco. ¿Qué es esa despedida, fortuita, de beso en la mejilla, impersonal, desligante? No me lo podía responder y salí, entonces, con la cabeza gacha y una carpeta cargada del orgullo que me queda, y pienso, y pienso, y pienso de nuevo, que algún día voy a tener un sitio en vos, y que las mañanas, la lluvia y tu amor, serán, finalmente, la regla, y no la excepción.

viernes, 27 de febrero de 2009

nuevo amanecer

Recorría, vacía, las camas ajenas, con despecho, con la saliva espesa, con ganas de marchar. Frecuentaba en el velo del ocaso bocas amargas, lejanas, fortuitas, a la vera del amor, que no llegaba. Corrían en ese entonces los últimos días de un verano agitado, sudado, de olvido en el abrigo de pechos de respiración entrecortada. Kika, llamémosla así, era una de esas mujeres, anacrónicas, de coraza dura, y corazón batiente, que no se dormía en los laureles de sus años de soledad, y remaba, todavía, en contra de la corriente. Con sus pestañas de camello y sus pupilas asesinas, contaba los hombres, los días y esperaba impaciente. De día, corría hacia la luz del sol, y el amor de su vida, que con sonrisa lobuna le decía "espera más, niña, espera más". De noche, ante la ausencia de amor, ella se arrancaba las venas y exhalaba veneno, en habitaciones oscuras, de hombres desconocidos. Buscaba algo, algo para olvidar. Y encontró su cuerpo, y la anestesia, y los juntó, y se olvidó, y se durmió.
Al despertarse, se excusaba rápido y partía. Y volvía a ver al lobo. De a poco, fue creando dientes, y garras, y palabras, y se batió a muerte con el rencor. Con una flor de amatista logró invocar a la primavera y sobre su lecho cayeron rosas. Y el rencor las marchitó. Ella busco un escudo para salvarse de la amargura, y encontró solo gritos sordos, guardados en un cajón. Para salvarse, corrió, y en el brío de una noche casual recuperó fuerzas, y perdió otra pieza de su eterno rompecabezas. Las ruedas de su mente giraban y la forzaban, abriéndole los brazos, tironeándole las piernas. Y comenzó a llover. El vano manto de hedonismo, que había defendido a costa de muchas cicatrices, aquel propósito, no tenía propósito cuando de él se trataba. Muy a su pesar, el corazón dictó la muerte de ella, con redoblantes y piruetas. Y ella se encarmó en un trapecio y voló, sobre el mar y las sirenas, evadiendo aquellas piernas, hasta encontrarse, por fin, con tu ser y se elevaron, juntos hacia un nuevo amanecer.

lunes, 16 de febrero de 2009

sueño

Donde me besaste, hay dolor. Donde me besaste, hay heridas a las cual el tiempo le hace limón: no solo no cierran, se ciernen siniestras sobre mi, me recuerdan que te deseo, me arden y se clavan como puñales del recuerdo de la pasión que dejé-o dejaste-ir. Duele tanto pensar, no querés, me quedo sola en la punta de la cama y tu presencia cual fantasma arrima sobre la ventana.
Hoy soy tu sucia amante, una vez, dos veces, en el cuello, en la boca, no en tu cama, no en la mía. Me congelo en tu mirada, te mofas de mi. No es justo, no, no, no, no. ¡Te odio, te deseo, te quiero, te detesto, necesito más de tu ser! Mi alma pide a gritos un instante de sudor, jadeo, y encuentro. Ja, ja, ja, resuena tu voz en mi cabeza, recordándome que tu piel me es esquiva.
Y hoy me reduzco cada día más, a una pasa de uva, que va a explotar, que va a llenar las paredes, el piso, mi alma y la tuya de vergüenza y rencor. Sus manos, que se llaman como las tuyas, solo traen congoja-ellas creen que es alivio-. Me estremezco, giro, y sueño, sueño: para abstraerme de la miseria en la que me pusiste: sueño.



Sueño pero no me descansa.
Sueño pero arde aún más.
Sueño pero es confuso.
Sueño pero sé que es iluso.
Sueño pero no.
no.
Sueño ¡y espero! pero sigue siendo un sueño.
Sueño pero sé que vos, y yo, en la pileta, no va a suceder.
Sueño pero sé que el trampolín es irreal.
Sueño pero no.
No hay un nosotros luego del sueño.
No hay manos luego del sueño.
No hay un nosotros más allá del sueño.
No hay nada
Nada
Nada
Más que vacío

Y una vaga ilusión.

te amo

Y allí estábamos, dos ángeles luchando contra el cansancio del segundo round. Ahora, las manos que se aferraron a mí con fuerza –o tal vez desesperación-, recorrían mi silueta con calma. Total, ahora, vos y yo enfrentados, ¿que más importaba? si el tiempo era relativo a todo, o tal vez a nada. Que linda me pareció tu sonrisa –que reflejaba la mía- del otro lado del sommier. Que lindos consideré tus ojos, clavados en los míos con un dejo de ternura. Que lindo el mundo, que linda la vida, ¡que alegría vivir! Roté con inocencia –si es que me quedaba alguna- y me sumergí en tu abrazo. Jugaste con mi pelo, y la satisfacción mas indescriptible del mundo llenó mi corazón; roté de nuevo, acerqué mis labios a los tuyos. El beso fue suave, fue pausado, nuestras bocas en perfecta sintonía, danzando al son de una canción que creo no conocimos hasta ese momento; de perfección, tal vez, o al menos así lo juzgué yo mientras tus yemas iban de mi mejilla al mentón y despegabas tu hermosa boquita de la mía. No puedo seguir así, no puedo, no puedo. ¿Qué me importa? Tengo miedo, que dirás, ay, soy una idiota, es tan complejo, por qué es tan complejo, y ahora se me forma un nudo en el estomago y lo suelto: Te amo. Ay dios, que hice. Que hice, que hice, que hice. Mi cara delata mi vergüenza, mi miedo, porque ahora ¡te estás riendo de mí! Y yo quiero que me trague la tierra, todo lo que quiero es escaparme de tu habitación, podría mi cara prender un habano a un palmo de distancia, podría, completamente podría, y yo, mientras me pregunto que hago, como me escapo, como me retraigo, como irme, me contestás, pausadamente y con tonalidad de miel: Yo también.

orgasmoH

Esta noche, cariño, has sacado al animal en mí. Esta noche, niño, has sacado una bestia, has visto el lado más pasional de mi ser. Desde aquel beso tan carnal contra la pared, mis manos aferrándose a tu pelo con ganas, hasta mis gemidos resonando en la habitación del hotel, mis labios murmurando tu nombre con ímpetu sobre tus exquisitas orejas, fue todo un fantástico show, de pirotecnia, de fuego… ¡de puro fuego, nene!. Y ¡oh! tus yemas en mi boca, llenándose de calor, del hálito de mi respiración, mientras yo me colmaba, sonreía, exhalaba y volvía a empezar con la más básica felicidad impresa en mis ojos. Tu risa, sobre mi blanco cuello, me llenó de vigor. Te cambié en ese instante. Te agarré. Te forjé, sobre la cama. ¿Una vez, dos veces o fueron mil? Evocaste en mí sensaciones, colores e imágenes de lugares a los que nunca fui; y entonces mis gritos resonaban ya en tus oídos, en el cuarto, en el telo, en la Ciudad, en el Universo, con tanta fuerza… yo me agitaba y ya estaba por venir, cuando te decidiste a retrasarme; esta vez fue tu turno: me tomaste, me pusiste contra la cama, apuraste, me mordiste, arañé; afuera arreciaba la tormenta y el mundo se detuvo por un instante mientras me penetrabas con tanta fuerza y yo gritaba, gritaba de placer, te insultaba a todo pulmón: pusiste tu mano sobre mi boca: “Callate nenaaaaa”, ¡y gritaste vos también! Y grité mas fuerte, con vos, porque me llevabas al cielo con tu ser, y la sensación me sobrepasaba; el placer no conocía las barreras de mis cuerdas y las batió con brío, entonces vos aullaste en mi oído, fuerte, fuerte, FUERTÍSIMO! y temblaste, te desmoronaste sobre mí, besaste mi hombro desnudo y caíste, caímos los dos, muertos en la batalla del placer –nos venció, dulce-. Sonreíste, y me mimaste una vez más. Vamos otra vez.

el sarcófago

El sarcófago.


para mi abuelo Leonardo, fallecido el pasado 17 de octubre. te amo con toda mi alma y mis pensamientos estan con vos, donde sea que estés.


Entrar a la habitación donde esperabas calmada y apaciblemente la muerte me heló el corazón, me anudó la garganta y me anegó los ojos. Ver tu carcaza inerte, vacía, tu mirada cerrada, tu esquelética agonía de lento acabar… todo era como ver una maza de escarchado furor arremeter con brío contra mi pecho. Me arrodillé junto a tu lecho, cual devota en vasto y lóbrego santuario y con ceremoniosidad te tomé ambas las manos. Manos que morían con cada latir, manos que no tomaron las mías. Te miré con una sonrisa velada y te hablé sin saber si alguna vez me oíste. Te dije que te amaba, que siempre lo hice. Que fuiste el ejemplo mejor, que nunca iba a olvidarte, que te llevaba en cada latir. La oscuridad y tu acompasada respiración me oprimieron, y con los ojos húmedos y el corazón embargado de tristeza, te besé en la frente, mi abuelito amado, y me despedí de vos. Hasta pronto, en el edén nos volveremos a ver.

días de sol

En aquel mundo de papel, de existencia incierta, creado para ser un abismo incomprensible, sólo estabamos vos y yo. Solas, pero unidas, extasiadas, sonrientes, deleitando nuestros santos sentidos con el roce apagado de la arena y el latido manso del mar, allí, contando los días. Las horas que habíamos pasado en aquel reino de cristal y turmalina se desvanecían con facilidad bajo el mando del Rey Sol, y repuntando nuestra vista con hierbas de amistad logramos retenernos un poco más, allí, en esa playa colmada de gente, en la que sólo había dos personas que podían realmente comprenderse. El monociclista, un par de horas antes nos había dado el visto bueno, y sobre nuestras lenguas enormes, depositó el boleto, el pase, la llave del Mundo de las Ideas. Al comienzo, la espera, el tren, la vista nublada, la transición entre dos mundos, imperceptible, adorable. De repente, como un rayo que alumbra el averno y deja ver la salida hacia el edén, nos encontramos, inmersas, entregadas, acompañadas. Apuramos la dentadura y tragamos, y de la mano, entramos a un mundo más nuevo cada vez. Al notarnos así, explotamos y semi desnudas, nos entregamos al oleaje benévolo del mar infinito. Poco importaba todo. Éramos, a nuestros ojos, dos diosas inmortales con la sola necesidad de conocer y vivir el minuto, y el que seguía, y el que seguía. Tu cara de virginidad arrebatada, cuando veíamos las nubes, fue quizás el momento más hermoso que he vivido contigo. Las musas, desde lo alto, nos sonreían, mientras nos congelábamos en la hermosura de ver, por primera vez, otro amanecer, en los ojos soberanos de aquel hombre, aquel compañero, que creía y no lograba, entender, ser parte. Sólo estabamos vos y yo. Observando un pardo amanecer entre las dunas, mojándonos los pies. El Sol compañero merecía más y decidimos ascender a la polis en busca de mejores ofrendas. Lo más banal, lo más clásico, lo tradicional, era para nosotras el nuevo clásico, la nueva tradición, y vivimos aquellas doce horas de trancision con ojos de recién nacidas, que paladean el aire y le encuentran un dulce sabor. Llegamos a la residencia de diosas dormidas, y con sigilo buscamos la amarga bebida y el poderoso instrumento, y marchamos como llegamos, como sombras, que buscan fundirse con la luz del sol. Al regresar al santuario, aquellas playas de pasmosa belleza, bebimos y tocamos en honor de la vida, y de aquel Reino, del que nunca hubieramos salido por nuestra propia cuenta. Caminamos y fumamos y cuando finalmente volvieron a nosotras los rasgos de humanidad, retornamos a la residencia, y creamos el más maravilloso almuerzo, que disfrutamos con avidez. La playa y el mar se hacían cada vez más lejanos, y nos dimos cuenta de que estabamos perdiendo parte de nosotras, en ese Reino, que veíamos alejarse, con los ojos humedecidos y las alas abatidas. Mientras un gancho poderoso e invisible nos arrebataba, con innecesaria crueldad, de aquel maravilloso mundo, nos juramos con una firmeza desconocida, que sin importar qué, aquel Reino hermoso no desaparecería nunca, que volveríamos y que nunca, nunca, jamás, olvidaríamos nuestra estadía en el Mundo de las ideas.

yegua

Tal vez nunca dejemos de entrar en la vida del otro. Ayer eras aquel triste vástago, naufrago sin remedio en el mar de mis pupilas, y hoy me ahogo rezumando desazón a la deriva. El abismo insondable que nos separa desde siempre es un hachazo de roncos desamores en aquellos, nuestros vencidos corazones, es aquel vacío eterno que te aleja esta mañana, y es también aquel el cual yo no pude atravesar anoche. Quiero amanecer con besos en tu boca, quiero comernos la boca y desangrarnos de amor y al mismo tiempo sigo siendo aquella yegua, esa loca linda que se resiste al bozal y que descose riendas. Y vos, amor, siempre quisiste llevarme a tu corral. Cuando harta de revolcarme y desvanecerme en brazos ajenos fue la hora de irme a casa, la puerta se cerró en mis narices, y humedecida de impotencia te vi girar al otro lado de la cama, sin una caricia, sin un beso, atravesado acaso de indiferencia. Tus palabras en atisbo de explicaciones no sembraron más que incertidumbre y abatimiento en mi ya magullado corazón, y, con la cabeza gacha, me alejé del corral, y volví a andar sola pero orgullosa, por el suelo.