lunes, 16 de febrero de 2009

días de sol

En aquel mundo de papel, de existencia incierta, creado para ser un abismo incomprensible, sólo estabamos vos y yo. Solas, pero unidas, extasiadas, sonrientes, deleitando nuestros santos sentidos con el roce apagado de la arena y el latido manso del mar, allí, contando los días. Las horas que habíamos pasado en aquel reino de cristal y turmalina se desvanecían con facilidad bajo el mando del Rey Sol, y repuntando nuestra vista con hierbas de amistad logramos retenernos un poco más, allí, en esa playa colmada de gente, en la que sólo había dos personas que podían realmente comprenderse. El monociclista, un par de horas antes nos había dado el visto bueno, y sobre nuestras lenguas enormes, depositó el boleto, el pase, la llave del Mundo de las Ideas. Al comienzo, la espera, el tren, la vista nublada, la transición entre dos mundos, imperceptible, adorable. De repente, como un rayo que alumbra el averno y deja ver la salida hacia el edén, nos encontramos, inmersas, entregadas, acompañadas. Apuramos la dentadura y tragamos, y de la mano, entramos a un mundo más nuevo cada vez. Al notarnos así, explotamos y semi desnudas, nos entregamos al oleaje benévolo del mar infinito. Poco importaba todo. Éramos, a nuestros ojos, dos diosas inmortales con la sola necesidad de conocer y vivir el minuto, y el que seguía, y el que seguía. Tu cara de virginidad arrebatada, cuando veíamos las nubes, fue quizás el momento más hermoso que he vivido contigo. Las musas, desde lo alto, nos sonreían, mientras nos congelábamos en la hermosura de ver, por primera vez, otro amanecer, en los ojos soberanos de aquel hombre, aquel compañero, que creía y no lograba, entender, ser parte. Sólo estabamos vos y yo. Observando un pardo amanecer entre las dunas, mojándonos los pies. El Sol compañero merecía más y decidimos ascender a la polis en busca de mejores ofrendas. Lo más banal, lo más clásico, lo tradicional, era para nosotras el nuevo clásico, la nueva tradición, y vivimos aquellas doce horas de trancision con ojos de recién nacidas, que paladean el aire y le encuentran un dulce sabor. Llegamos a la residencia de diosas dormidas, y con sigilo buscamos la amarga bebida y el poderoso instrumento, y marchamos como llegamos, como sombras, que buscan fundirse con la luz del sol. Al regresar al santuario, aquellas playas de pasmosa belleza, bebimos y tocamos en honor de la vida, y de aquel Reino, del que nunca hubieramos salido por nuestra propia cuenta. Caminamos y fumamos y cuando finalmente volvieron a nosotras los rasgos de humanidad, retornamos a la residencia, y creamos el más maravilloso almuerzo, que disfrutamos con avidez. La playa y el mar se hacían cada vez más lejanos, y nos dimos cuenta de que estabamos perdiendo parte de nosotras, en ese Reino, que veíamos alejarse, con los ojos humedecidos y las alas abatidas. Mientras un gancho poderoso e invisible nos arrebataba, con innecesaria crueldad, de aquel maravilloso mundo, nos juramos con una firmeza desconocida, que sin importar qué, aquel Reino hermoso no desaparecería nunca, que volveríamos y que nunca, nunca, jamás, olvidaríamos nuestra estadía en el Mundo de las ideas.

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