lunes, 16 de febrero de 2009

orgasmoH

Esta noche, cariño, has sacado al animal en mí. Esta noche, niño, has sacado una bestia, has visto el lado más pasional de mi ser. Desde aquel beso tan carnal contra la pared, mis manos aferrándose a tu pelo con ganas, hasta mis gemidos resonando en la habitación del hotel, mis labios murmurando tu nombre con ímpetu sobre tus exquisitas orejas, fue todo un fantástico show, de pirotecnia, de fuego… ¡de puro fuego, nene!. Y ¡oh! tus yemas en mi boca, llenándose de calor, del hálito de mi respiración, mientras yo me colmaba, sonreía, exhalaba y volvía a empezar con la más básica felicidad impresa en mis ojos. Tu risa, sobre mi blanco cuello, me llenó de vigor. Te cambié en ese instante. Te agarré. Te forjé, sobre la cama. ¿Una vez, dos veces o fueron mil? Evocaste en mí sensaciones, colores e imágenes de lugares a los que nunca fui; y entonces mis gritos resonaban ya en tus oídos, en el cuarto, en el telo, en la Ciudad, en el Universo, con tanta fuerza… yo me agitaba y ya estaba por venir, cuando te decidiste a retrasarme; esta vez fue tu turno: me tomaste, me pusiste contra la cama, apuraste, me mordiste, arañé; afuera arreciaba la tormenta y el mundo se detuvo por un instante mientras me penetrabas con tanta fuerza y yo gritaba, gritaba de placer, te insultaba a todo pulmón: pusiste tu mano sobre mi boca: “Callate nenaaaaa”, ¡y gritaste vos también! Y grité mas fuerte, con vos, porque me llevabas al cielo con tu ser, y la sensación me sobrepasaba; el placer no conocía las barreras de mis cuerdas y las batió con brío, entonces vos aullaste en mi oído, fuerte, fuerte, FUERTÍSIMO! y temblaste, te desmoronaste sobre mí, besaste mi hombro desnudo y caíste, caímos los dos, muertos en la batalla del placer –nos venció, dulce-. Sonreíste, y me mimaste una vez más. Vamos otra vez.

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