lunes, 16 de febrero de 2009
yegua
Tal vez nunca dejemos de entrar en la vida del otro. Ayer eras aquel triste vástago, naufrago sin remedio en el mar de mis pupilas, y hoy me ahogo rezumando desazón a la deriva. El abismo insondable que nos separa desde siempre es un hachazo de roncos desamores en aquellos, nuestros vencidos corazones, es aquel vacío eterno que te aleja esta mañana, y es también aquel el cual yo no pude atravesar anoche. Quiero amanecer con besos en tu boca, quiero comernos la boca y desangrarnos de amor y al mismo tiempo sigo siendo aquella yegua, esa loca linda que se resiste al bozal y que descose riendas. Y vos, amor, siempre quisiste llevarme a tu corral. Cuando harta de revolcarme y desvanecerme en brazos ajenos fue la hora de irme a casa, la puerta se cerró en mis narices, y humedecida de impotencia te vi girar al otro lado de la cama, sin una caricia, sin un beso, atravesado acaso de indiferencia. Tus palabras en atisbo de explicaciones no sembraron más que incertidumbre y abatimiento en mi ya magullado corazón, y, con la cabeza gacha, me alejé del corral, y volví a andar sola pero orgullosa, por el suelo.
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